Mito nº 1. “Un cachete a tiempo evita males mayores”.
Numerosos estudios demuestran que el castigo físico no tiene, en el mejor de los casos, ninguna consecuencia positiva sobre la conducta de los menores. Sin embargo, sí puede conllevar diversos efectos negativos, como servir de modelo de agresividad o escalar hacia el maltrato (p.ej., palizas). Por otro lado, no usar el castigo físico no significa falta de control o de normas. Más bien lo contrario. Los niños necesitan control, supervisión y normas de forma constante, estrategias que son más eficaces que el azote y la bofetada. Además, a diferencia del castigo físico, estrategias como el refuerzo, el elogio o el razonamiento verbal son muy eficaces y deberían constituir el eje central de la disciplina aplicada a los hijos.


Mito nº 2. “Si un hijo nace de una determinada manera, los padres pueden influir muy poco en él”.
Si bien es verdad que las personas nacen con una serie de características biológicas que las definen, no menos cierto es que tales características no son inmutables. La personalidad y la conducta se van definiendo y modificando a través de su interacción con la familia y con el ambiente. De ahí la importancia de que esta interacción sea adecuada, ya que indudablemente afectará a las creencias, los valores o los comportamientos de los hijos.  No obstante, aunque los padres tienen una influencia fundamental, el comportamiento de los hijos depende en última instancia de otros muchos factores. En este sentido, a menudo se piensa que los hijos se pueden “traumatizar” con facilidad por cualquier cosa que hagan los padres. Es importante no ser catastrofistas en este sentido y ser consciente de que en ocasiones es inevitable cometer errores. Culpabilizar a los padres de todo lo que les ocurre a los hijos tampoco es realista ni adecuado.

Mito nº 3. “Cualquier conflicto entre padres e hijos es malo”
Los conflictos son una parte inevitable de las relaciones humanas, incluida la familia. Lo relevante no es que el conflicto tenga lugar, sino la manera en la que padres e hijos lo resuelven. Si se resuelve de manera adecuada, puede ser una forma de solucionar problemas y promover cambios positivos. Además, en muchos casos el conflicto es necesario porque permite exponer emociones y pensamientos, y aclarar posibles confusiones. El límite entre el conflicto saludable y el problemático lo marca la excesiva frecuencia, así como el uso del chantaje o la agresión física o verbal. En cualquier caso, la resolución del conflicto pasa por la comunicación eficaz entre padres e hijos, para lo cual tan importante como expresar, es saber escuchar.

Por: Manuel Gámez Guadix - profesor de Psicología de la Universidad Deusto de Bilbao