El valor de dar las gracias es inmenso cuando se trata de aprender a ser feliz con el corazón abierto al mundo. Con la mente despierta para descubrir los matices del universo. Con el alma llena de vida para comenzar a amar a los demás más y mejor cada día. Dar las gracias implica asumir con humildad que agradecemos a nuestros seres queridos que nos quieran y nos valoren más allá de nuestros defectos. Lo cierto es que el orgullo interfiere de forma negativa en nuestra relación con los demás. Incluso, a veces, la vanidad nos impide relacionarnos de forma adecuada con nosotros mismos.


Aquel que es humilde no necesita aparentar nada frente a los demás, por eso, se muestra como es. Por eso también, puede aceptar a los demás tal y como son. El soberbio, en cambio, tiene una noción distorsionada de sí mismo y se cree mejor que los demás, por eso, se relaciona con la alteridad mostrando cierto grado de superioridad. Una superioridad que sólo conduce a la infelicidad y a la soledad porque cuando una persona examina continuamente a los demás termina experimentando el vacío que produce el rechazo del otro. A nadie, nos gusta sentirnos examinados sino comprendidos y queridos.

El valor de dar las gracias es fundamental también en la maternidad y en la paternidad. Sólo dando las gracias al destino es posible tomar conciencia del enorme privilegio de traer al mundo un nuevo ser. Del regalo que supone ver crecer a un niño. Dar la vida es un gesto de amor incondicional que debe perdurar siempre más allá de los años. De hecho es así y siempre existe un vínculo especial entre padres e hijos.

Algunas personas son agradecidas con facilidad mientras que otras sienten difícultad para otorgar este reconocimiento al otro. Cada persona tiene un carácter diferente y un modo de ser distinto. Sin embargo, el agradecimiento se funda en el cariño, el respeto y el amor. Por tanto, no es posible agradecer desde el odio o el rencor.